lunes, 4 de julio de 2011

El arte de amargarse la vida

Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo. 
 
Pero le asalta una duda: ¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo.
 
Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir «buenos días», nuestro hombre le grita furioso: "¡Quédese usted con su martillo, so penco!"
El nuevo libro de Paul Watzlawick se puede leer medio en broma y medio en serio. Es posible que el lector encuentre en este libro algo de sí mismo, a saber, su propio estilo de convertir lo cotidiano en insoportable y lo trivial en desmesurado.

3 comentarios:

  1. Que poco flexibles somos los humanos, con lo facil que es vivir y como lo complicamos todo :)

    ResponderEliminar
  2. Tendré que leerlo, aunque por el retazo promete.

    Si es lo que yo digo, la condición humana es la que es desde los principios del mundo....

    ResponderEliminar
  3. - Así es... Gemini :)).

    - Y para siempre... Avcast :))

    ResponderEliminar