Una
historia china habla de un anciano labrador que tenía un viejo caballo para
cultivar sus campos.
Un
día, el caballo escapó de las montañas. Cuando los vecinos del anciano
labrador se acercaron para condolerse con él y lamentar su desgracia, el
labrador les replicó: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”
Una
semana después, el caballo volvió de las montañas trayendo consigo una manada
de caballos salvajes. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su buena
suerte. Éste les respondió: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién
sabe!”
Cuando
el hijo del labrador intentó domar uno de aquellos caballos salvajes, cayó y
se rompió una pierna. Todo el mundo consideró aquello como una desgracia. No
así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién
sabe!”
Unas
semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos
los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Cuando vieron al hijo del
labrador con la pierna rota, le dejaron tranquilo. ¿Había sido buena suerte?
¿Mala suerte? ¡Quién sabe!
Todo
lo que a primera vista parece un contratiempo puede ser un disfraz del bien. Y
lo que parece bueno a primera vista puede ser realmente perjudicial.
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